sábado, 24 de mayo de 2008

Marxismo vs. Anarquismo (reeditado)

Para inaugurar este blog, subo a continuación una reedición del último artículo de Alegre Subversión. Se unieron las dos partes, se reordenaron párrafos y se profundizó en varios aspectos.

Marxismo vs. Anarquismo (reeditado)

Las diferencias entre la corriente marxista y la anarquista son, en su esencia, las diferencias entre una visión materialista, de pretensión científica, y una visión idealista. Este artículo intentará demostrarlo, contraponiendo las principales concepciones de cada una de ellas.

El motor de la transformación social

La teoría marxista se basa, ante todo, en el análisis de las características materiales de la sociedad. Es el resultado del estudio sistemático de la historia, de la reflexión sobre la dinámica que adquirió la lucha entre las clases sociales en todas sus fases.

En cambio, ya para empezar no se podría hablar de “teoría” anarquista, porque sus principios nunca fueron formulados como un conjunto de enunciados constatables. Al contrario, es más bien la expresión de un conjunto de deseos y anhelos, variables de una persona a otra, sin sistematicidad y sin dimensión empírica. Mientras la corriente marxista se basa en un cuerpo teórico, la corriente anarquista se basa en valores y principios individuales.

La corriente marxista toma como punto de partida el análisis del sentido de la evolución histórica. Ese sentido es el del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, de la capacidad de la humanidad para moldear su entorno, dominar las fuerzas de la naturaleza, proyectar su deseo en forma de materia. Considera que este desarrollo es inevitable y además progresivo y deseable, porque es el que garantiza que la humanidad viva cada vez con más comodidades y placeres, con menos esfuerzo y sufrimiento. El desarrollo de las fuerzas productivas, al mismo tiempo, revoluciona las relaciones sociales de producción que sobre ellas se sustentan: libera al ser humano de las trabas de la esclavitud y la servidumbre, disminuye la cantidad de esfuerzo socialmente necesario para garantizar la subsistencia, disuelve la antigua comunidad patriarcal que oprime a las mujeres y a las minoría sexuales, elimina las sombras con las que la religión oscurece el desarrollo del conocimiento y del arte. El desarrollo de las fuerzas productivas, en última instancia, acerca a la humanidad a tomar conciencia de sí misma, a existir como sujeto plenamente conciente, aprovechando al máximo sus capacidades creativas y su intelecto.

Lo único que traba al desarrollo de las fuerzas productivas en cada período histórico es una determinada forma de organizar socialmente la producción, o sea, un modo de producción obsoleto. Esto significa: la manera en que una sociedad produce, distribuye y consume, ya no se corresponde con el nivel alcanzado por las fuerzas productivas, que permitiría hacer todo eso de una forma superior, más eficiente, más conveniente para todos. Pero por más que un modo de producción obsoleto pueda trabar momentáneamente (y en un sentido muy general) al desarrollo de las fuerzas productivas, esto no se produce de forma armónica. La potencia expansiva de las fuerzas productivas hace que de alguna forma estas desborden al modo de producción obsoleto, entrando en contradicción con él. Esto produce choques de tal magnitud que consiguen hacer temblar a toda la estructura de la sociedad, resquebrajándola y haciendo emerger con enorme violencia las contradicciones estructurales entre los intereses de las diferentes clases y capas sociales.

La lucha de clases resultante de este impacto, al igual que el choque entre las placas tectónicas, tiene como consecuencia la transformación de todo lo que sobre ellas se sustenta: la reconfiguración de todas las relaciones productivas, de las instituciones, de las formas de ver el mundo. Sobre esta base material es que la corriente marxista desarrolla sus análisis y su intervención práctica, para conseguir que el desarrollo de las contradicciones que ya están presentes en el interior de la sociedad desemboque en el establecimiento de las relaciones socialistas-comunistas a escala mundial, y en el marco del más alto desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y la tecnología.

En cambio, la corriente anarquista no toma ningún punto de partida histórico. Postula las características de una sociedad ideal, que no tiene lugar ni tiempo concreto. En ese sentido es la heredera de las corrientes utópicas, es decir, de las fantasías surgidas hace siglos como reflejo de la aspiración de las clases oprimidas pre-capitalistas a una vida mejor, en un marco en el que el escaso desarrollo de las fuerzas productivas hacía imposible el surgimiento de un proyecto emancipador serio, científico. Mientras la corriente marxista es producto de la existencia de la industria y la ciencia moderna, la corriente anarquista es resultado de condiciones primitivas de existencia, del pequeño campesino y el artesano. Por lo tanto, mientras el marxismo interviene sobre una realidad que ya está en transformación, que ya contiene en sí los elementos que la llevan a su superación revolucionaria, es decir, que ya posee un motor propio de cambio al que solamente hay que darle una dirección, el anarquismo actúa intentando motorizar ese cambio desde un mundo de puras ideas, de la misma forma en que lo haría una religión.

Al igual que las religiones, el idealismo anarquista desprecia las condiciones materiales concretas en las que se desenvuelve la historia. Para el anarquismo, el desarrollo de las fuerzas productivas es totalmente secundario: es igualmente valioso y deseable el “comunismo primitivo”, las comunidades indígenas americanas y las pequeñas cooperativas que la gran industria altamente tecnificada y la organización del trabajo a escala mundial. Inclusive hay algunas corrientes del anarquismo que se oponen a la existencia misma de la industria moderna.

El anarquismo comparte por lo tanto con las religiones un cierto romanticismo: pretende volver a unas idílicas condiciones pasadas de existencia, a una edad dorada que fue dejada atrás por el paso del tiempo alterada por el despotismo de “la autoridad”, ese concepto abstracto que tanto obsesiona a los anarquistas y que carece de cualquier raíz histórica material. Una variante “new age” del anarquismo, el autonomismo, pretende inclusive construir esa sociedad idílica en coexistencia con el mundo capitalista actual, a través de la creación de redes cooperativas, comunidades, etc, como si la pequeña industria artesanal tuviera alguna ínfima posibilidad de competir con la gran industria capitalista sin caer en la ruina o tener que asociarse con algún empresario. Aún en el caso de que las cooperativas pudiesen subsistir de forma autogestiva, tendrían que hacerlo a costa de un nivel de auto-explotación que resultaría inclusive menos deseable que la explotación asalariada. En ese sentido, las cooperativas pueden significar en muchos casos la socialización de la escasez: todo lo contrario a lo que busca el marxismo.

La corriente marxista genuina no lucha por la creación de cooperativas, sino por la nacionalización bajo control obrero de lo más avanzado en la producción y por el desarrollo de nuevas industrias de forma socialmente planificada, de tal forma que se consiga optimizar el uso de recursos, disminuir al mínimo el daño al medio ambiente, reducir todo lo posible el esfuerzo necesario por el trabajador y mejorar al máximo la calidad del producto. Esto no significa que la creación de cooperativas quede totalmente vedada: en ciertas condiciones puede ser necesario para garantizar la subsistencia material de un grupo de personas (en caso de desocupación generalizada, por ejemplo), así como también es útil para formar técnicos y especialistas no contaminados por la propiedad privada. Pero de cualquier forma, la creación de cooperativas es accesoria al tronco principal que es la lucha de clases, y de ninguna forma debe volverse un objetivo en sí mismo.

El sujeto revolucionario

Como se dijo más arriba, la corriente marxista basa todo su accionar en la dinámica propia de la historia: las fuerzas productivas se desarrollan, entran en contradicción con las relaciones sociales de producción, las diferentes clases y capas sociales que poseen intereses contradictorios chocan entre sí y transforman toda la estructura social con su impacto. De todas estas capas y clases sociales que luchan entre sí (a veces de forma abierta en forma de guerra civil, otras de forma casi silenciosa), el marxismo toma partido por la más históricamente progresiva de estas fuerzas sociales: el proletariado moderno, los obreros desposeídos de todo medio de producción que se ven obligados a venderle su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario. Y es la históricamente más progresiva, porque es, de las dos clases sociales ligadas a las formas modernas de producción (la otra es la de los propietarios del capital), aquella que no tiene nada que perder con una revolución social más que sus cadenas, y un mundo entero por ganar. Es aquella que cotidianamente observa cómo sus patrones se enriquecen cada vez más y más por el solo hecho de ser propietarios, mientras que el obrero que con un durísimo esfuerzo produce día tras día aquello que la sociedad consume, no recibe más que un mísero salario invariable.

La corriente marxista considera que las clases y capas sociales que poseen pequeños medios de producción (una pequeña cantidad de tierras cultivables, herramientas o máquinas de manufactura, etc.), por más que claramente no cumplan el mismo rol que los grandes propietarios, no son esencialmente una clase revolucionaria, a diferencia del proletariado. El campesinado, los artesanos y la pequeñoburguesía en general, no pueden cumplir un rol dirigente en la revolución por varias razones: son una clase social muy dispersa (frente a la concentración del proletariado industrial), muy heterogénea (frente a la uniformidad de los obreros), y por sobre todas las cosas, muy individualista: el pequeño propietario no puede estar pendiente más que de su propiedad. En todo momento su mayor preocupación es conservarla, sin importarle las necesidades que tenga la población como un conjunto. Por esta razón, la pequeñoburguesía es una clase indisciplinada, muy volátil: en algunos momentos puede ser la más explosiva y revulsiva de las clases sociales, quedando inclusive muy a la izquierda del proletariado, pero apenas la situación cambie, volverá a la pasividad o se integrará al campo de la reacción, con una velocidad sorprendente. La pequeñoburguesía sólo puede cumplir un rol revolucionario cuando marcha atrás del proletariado organizado.

En algunos países, esta clase social de pequeños propietarios conforma un porcentaje muy importante de la población, habitualmente en los mismos en los que el proletariado esa minoría (es decir, los países coloniales, semicoloniales y atrasados). En esos países la clase obrera no puede conquistar el poder sino es ganándose a esas clases para la revolución, pero eso no significa que quede desplazada de su rol de sujeto revolucionario por excelencia. En todo caso, el proletariado debe conseguir “arrastrar atrás de sí” a los campesinos y las capas medias, pero de ninguna forma diluirse entre ellas ni mucho menos ir a su rastra. En todos los países, es la clase obrera la que debe conquistar el poder político para poder dirigir la transformación de toda la sociedad, aún en aquellos donde lo haga en alianza con sectores pequeñoburgueses. Es precisamente a esto a lo que Marx y Engels se refieren con el concepto de dictadura del proletariado.

Todo esto se diferencia tajantemente de los postulados anarquistas, que consideran que el obrero asalariado ocupa igual lugar en el proceso revolucionario que el campesino u otro sectores sociales (sus variantes autonomistas y posmodernas extreman esto al punto de impugnar la noción de “sujeto”). De esta forma, el anarquismo termina representando, en las sociedades de mayoría campesina o artesana, el punto de vista de estos pequeños propietarios, opuestos por sus intereses de clase al desarrollo de fuerzas productivas modernas. Y como muchas veces estos sectores de pequeños propietarios terminan yendo a la rastra de los grandes en contra de la revolución proletaria, la corriente anarquista termina cumpliendo un rol reaccionario, como ocurrió en la Revolución Rusa.

El anarquismo está impregnado de rasgos pequeñoburgueses: su individualismo, indisciplina y ultraizquierdismo (que en los momentos más álgidos de la lucha de clases se transmuta en oportunismo) son las características típicas de los pequeños propietarios exaltados, de los campesinos y artesanos en sus momentos de crisis. Precisamente de ese sector social nació el anarquismo (el artesano Proudhon es el ejemplo más claro). Esto no quiere decir que el anarquismo no haya hecho pie en la clase obrera moderna (por el contrario, llego a influenciar a millones de trabajadores a fines del siglo XIX y principios del XX, sobre todo en España y los países de América Latina, en los que llegó a ser corriente hegemónica). Lo que sí quiere decir es que, aún encarnado en trabajadores asalariados, sus postulados representan más bien el punto de vista, la forma de ver el mundo de los pequeños propietarios, y por lo tanto, no puede responder a los problemas concretos que presenta la lucha de clases moderna: ante el menor desafío de las circunstancias, el anarquismo siempre terminó actuando o bien como furgón de cola de alguna corriente burguesa (como en la revolución española de 1936, aplastada por el Frente Popular y luego rematada por el fascismo), o bien abriéndole el camino a la reacción burguesa gracias a la desorganización, las pretensiones fantasiosas y la ingenuidad política (o mejor dicho, la gran ingenuidad que es el a-politicismo).

Centralización y represión en la guerra revolucionaria

El idealismo anarquista se observa también en su concepción de la transición al socialismo (al comunismo anárquico, mejor dicho). Algunas corrientes del anarquismo, en especial la anarco-sindicalista, tenían la ilusión infantil de que se podía derrotar al Estado simplemente mediante una huelga general. Sin embargo, todas las veces que los obreros anarquistas paralizaron la producción, se encontraron inmediatamente con la represión policial y militar, contra la cual nunca supieron responder. Si bien comprendieron en muchos casos la necesidad de tomar las armas y resistir por la fuerza, siempre lo hicieron de una forma caótica, dispersa, y en un momento en el que ya era demasiado tarde y era imposible ganar el combate en un enfrentamiento abierto. Esto se debe al rechazo en abstracto que los anarquistas tienen por “el poder”, “la autoridad”, “el Estado”, “la centralización” etc., que les impide tomar cualquier iniciativa mínimamente organizada que pueda tener alguna posibilidad de éxito.

La corriente marxista, en cambio, no tiene esos prejuicios: sabe perfectamente que sin cierto grado de centralización, autoridad y represión es imposible imponerse sobre un enemigo que, además de poseer los medios de producción, tiene a su favor a las fuerzas represivas del Estado.

El anarquismo, así como no asigna ninguna importancia al desarrollo de las fuerzas productivas en su modelo de sociedad, tampoco se la otorga en lo que respecta a la defensa militar frente a la reacción contrarrevolucionaria y la invasión de las potencias imperialistas. Supone que es posible organizar una resistencia seria sin necesidad de industria avanzada y de una organización económica y militar centralizada y bien planificada a escala nacional. En ese aspecto, el anarquismo coincide con el socialismo nacionalista (por ejemplo, el estalinismo) en el sentido de que considera que no sólo es posible realizar el socialismo (comunismo anárquico) en un solo país, sino inclusive en una sola provincia y hasta en una sola comunidad. Sus variantes individualistas “new age” prácticamente llegan al punto de plantear la posibilidad del socialismo en una sola maceta.

No hace falta citar el caso de la resistencia indígena americana frente a la conquista europea para demostrar que es imposible ofrecerle un desafío serio a un enemigo que posee fuerzas productivas mucho más desarrolladas y una organización centralizada.

La corriente marxista, por el contrario, entiende que el único triunfo sostenible y deseable frente a la reacción burguesa, es la victoria de la revolución proletaria mundial, especialmente en el interior de las potencias imperialistas (EEUU, Europa, Japón, etc.). Tiene muy en claro que ningún triunfo en un pequeño territorio con escaso desarrollo es sostenible por largo tiempo. Para que Cuba pudiese sostenerse frente al imperialismo, fue necesario un largo período de subsidios por parte de de la Unión Soviética.

Si la URSS pudo sostenerse apenas triunfó la revolución de Octubre, fue precisamente porque contaba con: un territorio extenso, una gran cantidad de población, cierto grado desarrollo industrial moderno, y en especial, una organización centralizada de la economía y la defensa militar: el Estado obrero, orientado a su vez por un partido marxista revolucionario, el partido bolchevique. No hubiera sido posible resistir la invasión de 14 ejércitos imperialistas y la reacción de los guardias blancos, soportar las hambrunas y la crudeza del invierno ruso sin la utilización racional y optimizada de todos los recursos económicos y humanos disponibles. Y no es posible esa planificación sin garantizar la centralización del poder político en manos de la clase obrera, el monopolio de la fuerza por parte del ejército rojo proletario (un ejército que pretenda resistir seriamente no puede permitirse que existan grupos armados que no respondan a él en su mismo territorio) y la nacionalización de la industria bajo control obrero.

Es en ese sentido que la corriente marxista defiende la necesidad de un Estado Obrero en la transición hacia el socialismo-comunismo, es decir, un Estado que sea el proletariado organizado como clase dominante, hasta tanto la revolución proletaria termine de destruir los últimos bastiones de la reacción burguesa y no haya más necesidad de un aparato represivo. En ese caso, el Estado obrero simplemente se extinguiría en tanto fuerza de dominación del proletariado sobre la burguesía, porque ya no existiría burguesía a la cual dominar, y los obreros ya no serían proletarios sino integrantes igualitarios de una sociedad sin clases. En la medida en que se desarrollen las fuerzas productivas y se garanticen las condiciones materiales e intelectuales de existencia para todos los individuos, aún la más mínima coerción perdería la razón de ser y dejaría de existir, porque ya no habría a quién vigilar y castigar. Solo continuaría existiendo un aparato (formado por funcionarios sometidos a mandato popular y revocables) de administración y gestión económica, íntimamente ligada a los comités de control obrero en cada rama de la producción.

Pero mientras la lucha contra la reacción burguesa aún no haya acabado, negarse a ejercer cierto grado de represión y de limitación de las libertades (el mínimo indispensable para el triunfo de la guerra revolucionaria y el aplastamiento de toda posibilidad de reacción), es negarse a tener posibilidades reales de victoria contra un enemigo que a nivel mundial es infinitamente más poderoso, precisamente por ser propietario de todas las fuerzas productivas avanzadas de la humanidad. Ese mínimo indispensable de represión y limitación de las libertades es al que la corriente marxista está también incluido en el concepto de dictadura del proletariado, etapa que termina con el triunfo definitivo de la revolución proletaria mundial. El grado de represión y centralización aplicado en cada situación depende de las condiciones concretas de la lucha de clases en cada momento y lugar. Todo lo contrario a lo que plantea la corriente anarquista, que antepone el ideal abstracto de “libertad”, “libre asociación”, “federalismo”, etc. a las necesidades concretas de cada situación concreta.

La agitación cotidiana

El idealismo anarquista, por último, se manifiesta también en su estrategia de organización y agitación cotidiana, en especial en su rechazo a toda forma de acción política, y en especial a la labor parlamentaria y a la formación de partidos políticos.

Algunas corrientes anarquistas (llegando ya a empalmar de lleno con las tendencias abiertamente reaccionarias) planteaban inclusive que la acción de los sectores populares se debía limitar a obtener mejoras económicas, dando lugar a la tendencia sindicalista (que terminó siendo integrada por el capitalismo para combatir a las tendencias revolucionarias dentro de los sindicatos obreros, dando lugar en muchos lugares a la moderna burocracia sindical). Al negarle a las masas la posibilidad de discutir y posicionarse políticamente a través de sus propios órganos, termina obligándolas a aceptar la política impuesta por los órganos de la burguesía.

Quizás el anti-parlamentarismo sea el error menos grave de la enorme cantidad en los que incurre la tendencia anarquista, pero de cualquier manera, entrega un importante terreno de batalla ideológica a la burguesía, perdiéndose la posibilidad de que los sectores revolucionarios puedan participar con un programa propio en los grandes debates políticos que atraviesan a la sociedad.

Mucho más grave que eso es el rechazo en abstracto a los partidos políticos, sin distinguir su signo de clase, con lo cual el anarquismo renuncia a la posibilidad de construir una dirección revolucionaria para el movimiento de masas, entregándoselo de lleno al “sentido común” impuesto por la hegemonía burguesa, a los prejuicios socialmente instalados, y a muchos otros factores que limitan seriamente las posibilidades de desarrollo revolucionario. Con su confianza ciega en la espontaneidad de las masas, el anarquismo se encuentra imposibilitado para evitar que estas avancen “espontáneamente” hacia su propio suicidio. En los casos en los que el anarquismo comprende la necesidad de organizarse para dar batallas contra el sentido común y la influencia burguesa, lo hace conservando su concepción idealista de lo que tiene que ser una organización: una sumatoria de partes autónomas, en el mejor de los casos coordinada por delegados cuyas decisiones no son obligatorias y deben referendarse constantemente (el llamado “federalismo”). Obviamente, con esta forma organizativa es completamente imposible organizar una agrupación nacional ni mucho menos internacional que intervenga de forma unificada en la lucha de clases, organice frentes de actividad permanentes, pueda resistir en clandestinidad en situaciones de agudización represiva, etc. Mucho menos aún puede tomar iniciativas unificadas a escala nacional, trazar estrategias, etc., con lo cual queda totalmente imposibilitada de ganarle de mano a la reacción burguesa, golpeando antes y más fuerte que ella.

Por suerte, no todas las tendencias anarquistas comparten todas las características anteriormente descriptas. Hay algunas que se acercan más a posiciones coherentes, clasistas, revolucionarias. Sin embargo, en el extremo opuesto, hay decenas de ideologías, viejas y nuevas, que se embeben de la ideología anarquista para llegar a las conclusiones más reaccionarias posibles: por ejemplo, que el cambio sólo es posible “adentro de uno mismo”, que la revolución es un hecho individual, y otros horrores similares que no consiguen más que desarticular toda posibilidad de cambio real.

La experiencia de la URSS

Sin embargo, si las tendencias anarquistas, autonomistas e individualistas florecen en el mundo actual de la forma en que lo hacen, se debe en parte a una razón totalmente comprensible y lógica: el miedo a que una verdadera revolución proletaria termine de la forma en que terminó la URSS.

Por lo tanto, no hay discusión posible con esas tendencias si la corriente marxista no explica también que la degeneración burocrática de la URSS no se debió a la esencia de su teoría y de su programa, sino a las condiciones concretas, particulares y específicas en las que se tuvo que desenvolver la Revolución Rusa. Principalmente, al hecho de haberse estancado en el interior de las fronteras de un solo país sin poderse expandir al resto del mundo (y en especial a las zonas de alto desarrollo de las fuerzas productivas), con el agravamiento de que ese país era uno que poseía una población de enorme mayoría campesina (más del 80 por ciento), con una estructura económica agraria con fuertes rasgos feudales y primitivos. Esto tuvo muchísimas consecuencias negativas, entre ellas: que el sujeto revolucionario por excelencia, la clase obrera, se encontrara en minoría frente a las enormes masas campesinas, quedando entonces el más firme apoyo a la revolución reducido a un sector minoritario con intereses parcialmente contrapuestos a los de la mayoría (y con ello, que la democracia más directa de todas, la democracia obrera basada directamente en las grandes fábricas concentradas, fuera solo una pequeña parte del proceso revolucionario). Que fuera necesario un aparato estatal hipertrofiado para poder superar las consecuencias de la dispersión poblacional (por la necesidad de gran cantidad de funcionarios, inspectores, etc.). Que se debieran tomar medidas represivas que terminaron asfixiando la democracia soviética, como la supresión de los partidos que saboteaban al Estado obrero. Que fuera necesario pasar por una fase semi-capitalista en el campo (la Nueva Política Económica, la NEP) para poder superar el enorme atraso de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, dando lugar a una capa social de explotadores y especuladores que se terminaron enquistando en el Estado Obrero contribuyendo a su deformación.

Estos son sólo algunos ejemplos de cómo las condiciones específicas que tuvo que atravesar la Revolución Rusa llevaron a su degeneración burocrática y contrarrevolucionaria y a su permanente atraso económico respecto a las potencias capitalistas, que llevaron finalmente a la restauración del capitalismo (que fue falsamente propagandizada por los profetas del capital como “el fracaso del comunismo”, como si este hubiera llegado a existir). Esto no quita que también se hayan cometido errores: es muy probablemente que los haya habido. Pero además hay otro factor, en el que inclusive llegar a tener razón el anarquismo: el ejercicio del poder político por parte de una clase social le impone una terrible presión que tiende a deformar a sus agentes. Esta premisa es compartida inclusive por autores trotskistas como Christian Rakovsky, aunque llega a una conclusión totalmente opuesta: en vez de negarse a tomar el poder por el miedo a la degeneración burocrática, es imprescindible que la dictadura del proletariado tome como una de las tareas principales el educarse a sí misma para romper cada vez más con los vicios heredados del viejo mundo, para superar los “peligros profesionales del poder”.

De cualquier forma, aún habiendo sufrido una brutal deformación, que negó radicalmente su propio origen e intenciones iniciales, la Revolución Rusa de 1917 dejó una profundísima e imborrable huella en la historia, llenando de pánico durante décadas a la burguesía mundial y obligándola a emprender reformas sociales en todo el globo. Aún con todos sus aspectos negativos, la Revolución Rusa logró conquistar importantes mejoras en las condiciones de vida para la población trabajadora, desarrollar de una forma muy considerable las fuerzas productivas en países muy atrasados, contribuir a la relativa independencia de muchos países semicoloniales, así como desarticular al mayor bastión de la reacción monárquica en Europa. Nada de esto puede decirse de las revoluciones orientadas por el anarquismo: todas ellas fueron aplastadas en poco tiempo y sobreviven solo como bellos recuerdos del pasado, para rememorar en jornadas de nostalgia y auto-afirmación ideológica.

martes, 20 de mayo de 2008

La transformación de Alegre Subversión en Palabras Rojas

El blog "Alegre Subversión" cumplió su ciclo. Si bien siempre fue sufriendo transformaciones a lo largo de su existencia, su última fase ya no tenía prácticamente nada que ver (ni en contenido ni en forma) con lo que era al princpio. Por esta razón, se transformó en Palabras Rojas.

La intención sigue siendo la misma: aportar un granito de arena al debate sobre la emancipación humana, desde la trinchera socialista revolucionaria.

Pero su autor ya no comparte los puntos de vista espontaneístas que tenía cuando creó el blog a mediados del año 2006. Por esa razón, se cambió no solo el enfoque de los artículos, sino que se borró también todos los vínculos a páginas que reflejaban el antiguo punto de vista.

Aprovecho este espacio para agradecer a todos los que vienen leyendo el blog, a los que soportan la extensión de los artículos y, especialmente, a los que hicieron comentarios, críticas constructivas, etc.

Un abrazo a todos,
el autor del blog