lunes, 2 de junio de 2008

Bolchevismo vs. autonomismo (parte 1)

Orígenes históricos de las tendencias autonomistas

Como se explicaba en el artículo anterior, el anarquismo es una corriente ideológica que en última instancia expresa el punto de vista de los pequeños productores artesanales o familiares, o sea, de los que no son asalariados pero tampoco explotan fuerza de trabajo ajena, y producen usando herramientas poco tecnificadas, para subsistir o para vender pequeños excedentes al mercado. Este sector social existe en casi todas las sociedades de todas las épocas como ajeno al tronco principal de la producción, o sea, de las fuerzas productivas más avanzadas, y por lo tanto también de las principales clases sociales. Permanece al margen de amos y esclavos, de siervos y señores feudales, de obreros y patrones. Por esa razón, el eje de su cosmovisión política no es la lucha de clases, sino la lucha contra los abusos políticos, contra la autoridad, contra el poder.

El pequeño productor no anhela mucho más que poder vivir tranquilo realizando su actividad productiva cotidiana, sin la injerencia de sectores externos que le quiten el fruto de su trabajo (mediante tributos, impuestos, alquileres o intereses financieros), que amenacen su pequeña propiedad o que le impongan deberes políticos. Es esta mentalidad la que hace que el pequeño productor sienta como ajena y hostil a toda fuerza coercitiva, a toda fuerza que le imponga desde afuera una determinada forma de hacer las cosas. Es de este sector, por lo tanto, de donde brota casi naturalmente la ideología anarquista. Pero no queda limitado a él, sino que ejerce permanentemente una presión ideológica que influencia a todos los sectores explotados y oprimidos, incluida la clase obrera: esto fue lo que ocurrió en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, en las que el anarquismo encontró una base masiva entre los trabajadores asalariados en muchos países.

De la misma forma en que la burguesía ejerce una presión social objetiva que lleva a que sectores de trabajadores tomen como propios valores ideológicos que les son ajenos (defensa de la propiedad privada y del capitalismo, de la nación, de la tradición y la familia, de la legalidad e instituciones burguesas, etc.), lo mismo ocurre con los pequeños productores, cuya presión ideológica introduce en el proletariado sus ideas anarquizantes. De esta forma, algunos trabajadores pierden de vista la centralidad política de la lucha de clases, y consideran que su enemigo principal es “el Estado” en abstracto, “la autoridad”, etc. (y en los casos más extremos, “la política” en abstracto).

La tendencia anarquista logró alcanzar una fuerza considerable en la Asociación Internacional de los Trabajadores de 1864, llevando a su escisión. Pero la presión ideológica anarquizante no se mantuvo limitada solamente a la tendencia anarquista. La degeneración reformista de la Segunda Internacional provocó un malestar muy importante entre sectores de su base obrera, llevando a una ruptura por izquierda que compartía muchas características con el anarquismo: la que conformó la tendencia conocida como “sindicalista revolucionaria”.

La Segunda Internacional (socialdemocracia) había abandonado paulatinamente su perspectiva revolucionaria: gracias al sistemático crecimiento de sus organizaciones, al mayor peso relativo de la clase obrera en la sociedad, a la ausencia de grandes turbulencias económicas y políticas, etc. había conseguido obtener una serie de mejoras superficiales en las condiciones de vidas de los trabajadores, lo cual le había hecho creer que era posible acabar con la explotación de una forma pacífica, gradual y en amistad con la burguesía. El principal terreno de su actividad se había traslado, por lo tanto, de las calles al parlamento, de la lucha obrera a la negociación sindical. El principal sujeto político ya no eran las masas proletarias sino los diputados, los profesionales sindicalistas, los intelectuales refinados.

Por esa razón, los sectores obreros más radicalizados de la Segunda Internacional se sentían asqueados de la participación en los parlamentos, tenían un rechazo instintivo hacia el todo lo que pareciera intelectual. Consideraban que los partidos obreros no hacían más que frenar la lucha de los trabajadores, suavizarla, quitarle toda su potencialidad explosiva. Sentían admiración por las organizaciones anarquistas que, al permanecer al margen de toda lucha política, no habían sufrido tan fuertemente la degeneración reformista, y todavía conservaban una enorme radicalidad. Por estas razones, encontraron en el apoliticismo anarquista la plataforma para organizarse en tendencia propia: el punto principal era la autonomía abstencionista de las organizaciones obreras respecto al Estado y sus instituciones, respecto a todos los partidos políticos.

Como se explicaba en el articulo anterior, la tendencia “sindicalista revolucionaria” también sufrió una degeneración reformista, y al igual que lo ocurrido con la socialdemocracia, muchos sectores terminaron apoyando a sus respectivos Estados en la carnicería interimperialista de 1914. La tendencia “sindicalista revolucionaria” terminó en muchos países siendo la pata obrera de movimientos nacionalistas reaccionarios: el caso más extremo fue el del fascismo italiano de Mussolini. En Argentina, el “sindicalismo revolucionario”, junto a sectores provenientes del socialismo reformista, terminaron siendo el núcleo obrero inicial alrededor del cual se formó el movimiento peronista. Como se puede ver, la “autonomía” y el abstencionismo de las organizaciones obreras respecto a la lucha política y sus partidos, no es ninguna garantía contra la degeneración.

La revolución rusa de 1917 tuvo como resultado la ruptura definitiva de los sectores obreros revolucionarios con la socialdemocracia, para formar la Internacional Comunista (Tercera Internacional). Pero no todos ellos se identificaron con los postulados bolcheviques: especialmente en Alemania y Holanda, surgió la llamada tendencia consejista. Su formación tuvo características muy similares a las del sindicalismo revolucionario: el hartazgo respecto al parlamentarismo socialdemócrata, la centralidad de la autonomía, etc. Tenía sin embargo varios rasgos novedosos: adoptaba como piedra basal de su proyecto revolucionario, ya no a los sindicatos, sino a los Consejos Obreros (soviets) surgidos en Rusia en 1905 y resurgidos en 1917, año en el que consiguieron tomar el poder. Como la tendencia sindicalista había degenerado, el consejismo (también conocido como “izquierda comunista” o “izquierda germano-holandesa”) sacó la conclusión de que los sindicatos eran de por sí organizaciones contrarrevolucionarias y que debían ser combatidos. Los “núcleos autónomos” debían reemplazarlos, sintetizando la lucha cotidiana por reformas con la lucha general por el poder político. Estos núcleos debían arrancar a la mayoría de los trabajadores de las garras del sindicalismo, para poder constituir Consejos Obreros encargados de tomar el poder.

Pero a diferencia de la socialdemocracia, los bolcheviques rusos habían demostrado ya que la existencia de un partido obrero no necesariamente implicaba adaptación al Estado burgués, sino todo lo contrario: el partido bolchevique había sido la punta de lanza de la revolución que destruyó al aparato estatal imperialista del zar y el capital financiero. Sin embargo, comenzaron rápidamente a correr rumores (alentados principalmente por los restos reformistas de la socialdemocracia y por los anarquistas rusos) de que los bolcheviques habían instaurado en Rusia una “dictadura de partido”. Rusia era un país que poseía una aplastante mayoría de pequeños productores campesinos, por lo cual era el perfecto caldo de cultivo para las tendencias anarquizantes (que encontraban su expresión tanto en grupos libertarios como en el partido socialrevolucionario).

Por lo tanto, el consejismo germano-holandés no se oponía “por principio” a los partidos obreros revolucionarios, aunque sí empalmaba con el anarquismo ruso en el rechazo al “despotismo bolchevique”. Sacaron entonces la misma conclusión que los anarquistas: el problema principal a afrontar no era la lucha de clases, sino que había que agregarle (eclécticamente) el de la existencia de “jefes”, de una jerarquía, de una autoridad política. Los nuevos partidos revolucionarios no tenían que tener “jefes” sino ser totalmente horizontales: tras comprobar que eso era imposible, un sector importante terminó por concluir que directamente había que oponerse a la construcción de partidos revolucionarios. Es contra estos sectores, entre otros, que Lenin escribió en 1920 su libro “la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”.

Tanto las tendencias anarquistas como las “sindicalistas revolucionarias” y consejistas fueron extinguiéndose paulatinamente ante su propio fracaso, degeneración reformista o cooptación por parte de la Tercera Internacional. El fascismo y la Segunda guerra mundial terminaron prácticamente de liquidarlas.

Las tendencias autonomistas después de la Segunda Guerra Mundial

El fin de la segunda guerra mundial dejó un panorama político mundial completamente transformado: el estalinismo se había convertido en una fuerza monolítica, que se había extendido hasta el corazón de Europa. Con la revolución china de 1949, dos terceras partes de la población del planeta se encontraban bajo regimenes colectivistas burocráticos. El capitalismo había emprendido también un proceso de auto-reforma que consistía en la intervención del Estado en el proceso productivo, en la mejora de la capacidad adquisitiva de los trabajadores y en la integración de las corrientes reformistas al aparato estatal, dando origen al llamado “estado de bienestar”, caracterizado también por la existencia de una muy importante capa burocrática.

En estas condiciones empezó a aparecer, principalmente entre sectores intelectuales, un fuerte rechazo a la omnipresencia estatal. Estos sectores (por ejemplo, el grupo “Socialisme ou Barbarie” de Francia y más tarde la Internacional Situacionista) planteaban un retorno a los conceptos autonomistas, especialmente los del consejismo. Retomaban la crítica a “las jerarquías”, los partidos revolucionarios, etc. identificando al bolchevismo con su degeneración estalinista.

Estos grupos encontraron un importante auditorio con el ascenso de la lucha de clases abierto por el Mayo Francés de 1968, que en los años siguientes se extendió a muchos países (especialmente Italia y España). En todos esos movimientos, los partidos estalinistas actuaron como quintacolumna de la reacción burguesa en el seno del movimiento obrero-estudiantil, jugándose a volverlo indefenso y desarticularlo. En todos lados surgió un muy legítimo odio al estalinismo, pero que se canalizó erronamente a través de los postulados autonomistas, dando origen a una nueva corriente, muy difusa y heterogénea: la llamada autonomía obrera.

El autonomismo, por lo tanto, se hizo fuerte como negación del estalinismo y todo lo que implicaba: verticalismo, monolitismo, ausencia de sana discusión en las bases y de elaboración colectiva, etc. El problema es que en cada uno de esos puntos, tomó exactamente la postura inversa: horizontalismo total, dispersión, obsesión por la discusión permanente, rechazo al establecimiento de un comando unificado. De esta forma, caía nuevamente en los mismos problemas que había tenido el anarquismo a la hora de enfrentarse a los problemas que plantea la lucha de clases.

La caída del Muro de Berlín: el auge del autonomismo

Con la crisis y colapso de la URSS, se extendió por todo el mundo, a lo largo y ancho de todo el movimiento obrero y popular, la amarga sensación de que la revolución proletaria tal como la entendía el bolchevismo había fracasado para siempre, y peor aún: que no había ninguna alternativa posible al capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción y las instituciones burguesas. Parecía que la clase obrera ya no podía volver a ser nunca más un sujeto político independiente, e inclusive que ya ni siquiera existía.

Este estado de ánimo, alentado por las tendencias burguesas de todos los colores (la famosa afirmación de Fukuyama, por ejemplo, del supuesto “fin de la historia”), fue el perfecto caldo de cultivo para las tendencias autonomistas. Se desarrolló en el ambiente intelectual un nuevo tipo de autonomismo, que recuperaba parte de los elementos de la oleada de los 60-70, pero liquidaba aún sus últimos restos de clasismo: renegaba directamente de la centralidad de la clase obrera como sujeto político, en pos de una “multiplicidad del sujeto”. El poder político se volvía directamente algo que había que “deconstruir”, “dispersar”, etc. Toda organización política no hacía más que “reproducir” los valores del “sistema”, etc. La única alternativa era crear pequeños focos de “autonomía” en los cuales se implementaran relaciones sociales horizontales, cooperativas, etc. en convivencia pacífica con el capitalismo.

Estas tendencias autonomistas encontraron en el mundo académico y universitario burgués una caja de resonancia que les permitió empezar a volverse parte del sentido común de grandes sectores. Influenciaron también muy fuertemente a los nuevos movimientos que surgían en resistencia a la ofensiva capitalista “neoliberal”: el movimiento zapatista en México, los Sin Tierra de Brasil, los piqueteros en Argentina, los “anti-globalización” en todo el mundo, etc. Estos movimientos empalmaron con todo un sector proveniente del estalinismo, la socialdemocracia, el nacionalismo burgués y las diferentes burocracias sindicales, que empezaron a hablar en su mismo lenguaje. El resultado de esta unión fue la formación del Foro Social Mundial, impulsado especialmente por el PT brasilero, partido que al llegar al gobierno, demostró que en el fondo no era más que el mismo viejo reformismo, cada vez con menos reformas: pagó la deuda externa, avaló la flexibilización laboral, atacó el seguro social, no se metió con la propiedad privada, etc. Y todo con una retórica de “democracia participativa”, “movimientos sociales”, etc., directamente copiada del nuevo autonomismo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por las publicaciones, son un gran material de estudio.

Saludos desde Chile

Anónimo dijo...

Si bien el artículo está bien estructurado y redactado, padece de las típicas caricaturizaciones que hace el leninismo respecto de otras corrientes de acción y pensamiento revolucionarias, amoldándolas a su gusto para tener los argumentos precisos con los que combatirlas, haciendo creer que se ha hecho un concienzudo análisis. En realidad, tu tesis es simple; caricaturizas al anarquismo, lo reduces a una ideología pequeño-burguesa. Luego, reduces a las diversas corrientes autonomistas al anarquismo clásico y, por tanto, pretendes asumir que en el fondo contienen exactamente los mismos pecados que éste. Y para rematar, creas una línea histórica recta desde el comunismo de consejos hasta el foro social mundial y el PT brasileño (que cuestión más falaz, cuando en realidad los protagonistas de esas instancias son los restos desperdigados de los distintos leninismos). Ese es tu argumento contra la proposición de la autonomía proletaria como medio revolucionario comunista. Bastante pobre en realidad, por no decir patético. Podría entrar a fundamentar más mi posición, pero a partir de lo que se lee, se entiende que no hay ninguna intención real por parte del autor de este seudo-ensayo de tratar el tema de manera racional, por lo que en estos momentos no deseo gastar mi tiempo. Hay harto material disponible en internet para formarse una opinión mucho más acabada del asunto (hasta wikipedia sirve más).

Anónimo dijo...

exelente material pero no me sirve pero esta muii bueno gracias pongan muchas mas cosas siii plis porque necesito vastante pongan maaaas gracias no digo que este mal sirve para otras personas si o para chicos de 6 7 o mas sii miles de gracias !un saludo a todoos los que me conocen jaja chauuu

Anónimo dijo...

Si bien el artículo está bien estructurado y redactado, padece de las típicas caricaturizaciones que hace el leninismo respecto de otras corrientes de acción y pensamiento revolucionarias, amoldándolas a su gusto para tener los argumentos precisos con los que combatirlas, haciendo creer para rematar, creas una línea leninismo respecto de otras para formarse una opinión mucho más acabada del asunto (hasta wikipedia sirve más).Si bien el artículo está bien estructurado y redactado, padece de las típicas caricaturizaciones que hace el leninismo respecto de otras corrientes de acción wikipedia sirve más).Si bien el artículo está bien estructurado y redactado, padece de las típicas caricaturizaciones que hace el leninismo respecto de otras corrientes de acción y pensamiento revolucionarias, amoldándolas a su gusto para tener los argumentos precisos con los que combatirlas, haciendo creer que se ha hecho un concienzudo análisis. En realidad,